Entrevista a Milson Salgado, autor de No llames corazón a lo que tienes







 Abogado y licenciado en Filosofía, Milson Salgado ha escrito las novelas Te dirán que me fui lejos en 2003 y Qué hay detrás del mar en 2016. Ha ganado varios premios prestigiosos  como Accesit del Premio Charles Baudelaire de Poesía del gobierno de Francia o el Premio Derechos Humanos en Honduras. Hoy nos presenta su tercer libro, No llames corazón a lo que tienes, que podréis conocer a través de esta entrevista.


Lee los primeros capítulos



Háblanos un poco de ti.

Siempre cuando tengo que hablar de mí me ruborizo porque por mi formación filosófica diría que hasta el sol de hoy, las únicas certezas sobre el ser están afincadas en la religión, en los dogmas sociales y económicos, en el mundo de lo lúdico del fútbol y sus fanatismos. La epistemología que estudia las relaciones objeto y sujeto y la ontología que aborda el estudio del ser, así como la filosofía fenomenológica de Edmund Husserl pone en paréntesis al «Yo». Pero para responder algo diré que soy un ente viviendo en el día a día sus incertidumbres. Soy un carpintero de las letras y una voz entre tantas que clama en el desierto por redimir con modestos esfuerzos a una civilización pragmática, frívola y trivial que ha renunciado al mundo del espíritu; y ha puesto su ser al servicio del tener más. Soy un ser único en el universo, pero resiento ser ese ente que se desangrará como el reloj de arena del tiempo y se perderá en el olvido absoluto. Escribo para hallarle sentido a esta aparente repetición insulsa de las horas que se me agotan. Últimamente estoy maravillado con el ser humano, con las puestas de sol, con la geometría perfecta de las flores y las hojas, con la belleza de los encuentros. Por eso escribo novelas, para magnificar la callada intranscendencia de estos milagros diarios. Dentro de los perfiles de vida académica soy un profesional de la Filosofía, de la Teología y las Ciencias Jurídicas y Sociales, pero realmente, me siento un frustrado de marca registrada porque doce años antes de mi edad Jesucristo ya había salvado a la humanidad, por eso es me sale muy cómodo el asunto del ateísmo. Pero para mala fortuna, dieciséis años antes de mi edad Napoleón ya había conquistado su imperio. Mis únicas esperanzas son Saramago, que empezó a escribir a los setenta años de edad, y Alonso Quijano, que reinventó sus pasiones a los cincuenta y tantos años de edad. Así que la naturaleza es muy generosa con nosotros, los humanos, y agota sus últimos cartuchos para que tengamos suficiente tiempo para librarnos de nuestras idioteces y de nuestras cobardías.

¿Eres un escritor asiduo?

La escritura para mí es una obsesión. Cuando comienzo un proyecto no tengo sosiego hasta tanto no lo concluya, y esto incluye que cuando no escribo siempre estoy pensando en algo que puede engarzar bien con la novela. Quizás alguna interjección, algún ademán que encuentro en las personas cuando deambulo por las calles o alguna generosidad de parte del espíritu de las letras que nos regala ciertos momentos de ensoñaciones. A veces hay una coreografía en el teatro humano cotidiano que calza muy bien con lo que pretendo escribir, y hago cuanto puedo para apuntarlo en mi libro de notas que cargo como una cruz para no despreciar los estímulos del mundo exterior ni las exaltaciones del mundo interior. O, tal vez, algo incidental se presenta como un milagro o un chispazo que percibo como genial, y poco a poco voy construyendo como un carpintero la mesa en que se colocará el libro y la silla en que me sentaré para leerlo. Esta dedicación metódica de seis horas diarias sin parar; y de veinticuatro horas entre el sueño y vigilia oteando nuevos horizontes narrativos; y tantos y enriquecedores mundos simbólicos que pueden mezclarse para hacer un amasijo de historias; y una amalgama bien prensada de teleología de la génesis, el desarrollo y desenlace del relato y los personajes es la madera con que estará hecho el nuevo libro.

¿Cómo surge la idea de crear esta novela?

Uno es una casa habitada de fantasmas. Estos nos atormentan diariamente. Nos preguntan. Nos reclaman y recriminan nuestros solipsismos y nuestras veleidades. Nos exigen que contemos sus historias y se apoderan de nuestra voluntad. No sé si los que no escriben pasan por esta misma experiencia o se las arreglan difuminando estas arremetidas del espíritu con la religión, la misma con la que conjuran a los duendes y a los gnomos de la secularización, o en la filosofía en la que adjuran de todo rastro de intuición y se refugian en el mundo de las ideas y de los conceptos especulativos. Creo que las novelas son los restos o pedacitos de verdades tiradas que la historia oficial o los discursos de verdad suelen soslayar como marginales. Entiendo a la Historia como la disciplina que explica procesos o exalta personajes particulares dejando al grueso de que los alcanzan la gloria o la derrota en una plano abstracto de masa o comparsas, pero los que nos dedicamos a escribir novelas le apostamos a auscultar el alma de los pueblos y sus personajes marginales que pueden moverse en cualquier clase de estratificación social. En esta novela, No llames Corazón a lo que tienes, los fantasmas de Tomás y Regina, por ahora, han ganado la partida. Espero que con la publicación de esta novela descansen en paz y resuciten en la memoria de los lectores, porque en la mía siguen presentes, pero ya domesticados en este nuevo mundo paralelo en que perviven.

¿Qué podremos encontrar a través de la lectura de No llames corazón a lo que tienes?

No llames Corazón a lo que tienes es un pasaje por las incertidumbres humanas que hunden sus raíces en la historia misma de la humanidad. Por más que recibimos lecciones de vida, tanto en el amor como en la muerte, pareciera que cada persona hace una tabula rasa de la experiencia y la tragedia sigue su curso: Romeo y Julieta se reciclan en nuevas Venecias, las fortunas se desvanecen como pabilos de duermevelas en manos de los Sforza o de los Medecis, mezquindades humanas que se radicalizan y crean abyección como los relatos de la generación perdida norteamericana; y la voracidad por el poder y el dinero que inicia con el mismo fervor y acaba con una similar mueca de derrota siguen los mismos desenlaces de la novela La Casa Lúgubre de Charles Dickens. La historia de la humanidad es la narración de la tragedia, es una metáfora de nuestra tolerancia que se explica por los golpes a cuenta gotas que soportan nuestra sensación de alargados destinos personales. En la Novela No Llames Corazón a lo que Tienes desfilan como en una pasarela de tramoya el actor estadounidense Tyron Power y su tránsito por Tegucigalpa. Jean Paul Sartré, quien escribe en París una carta para abogar por la libertad del guerrillero sandinista Carlos Fonseca. El Poeta salvadoreño Roque Dalton se encuentra con los personajes comprometidos en la semana de la juventud comunista en Rusia en 1957. El Pintor Diego Rivera, Frida Kahlo, André Bretón, Trotsky y el historiador hondureño Rafael Heliodoro Valle, un referente intelectual insoslayable en el México Post revolucionario; todos ellos hacen su aparición para arrojar luces en torno al misterio de las cosas. También se aborda el Mayo`68 francés, en plena efervescencia social y política mundial cuya influencia de sus frutos en la actualidad es incuestionable. Asimismo, se ausculta la década perdida de las desapariciones forzadas en América Latina cuyo dolor sigue asolando con igual desgarramiento a las sociedades polarizadas. Además, el suspenso de la fatal muerte de Regina es una nota ubicua que interroga a lo largo del relato acerca de la identidad de sus victimarios, transportándonos a la más insospechada sorpresa al final de la novela; y surge en las conciencias permanentes de los personajes, la eterna indecisión entre transigir al círculo manido de lo que se impone como discurso de verdad o decir no y vivir en la marginalidad.

Por el título, da la impresión de ser una novela romántica… ¿lo es? ¿Por qué has elegido ese título?

El título nace de un estribillo de la canción Mucho Corazón escrita por la compositora mexicana Ema Elena Valdelamar y que alcanzó proyección internacional en la voz del cantante cubano Beny Moré: «…no llames corazón lo que tú tienes…» es el estribillo elegido. Sin embargo, me llamó tanto la atención la estrofa que dice «yo para querer no necesito una razón, me sobra mucho, pero mucho corazón» y pensé que su construcción de sentido tenía una coincidencia con una de mis canciones favoritas de Los Beatles, All you need is love. Al principio quería elegir este título, pero su literalidad da lugar a equívocos con algún libro religioso de corte católico. El motivo para elegir No llames corazón a lo que tienes, que también da lugar a referenciar esta con la subcultura del amor y la literatura de la evasión. Sin embargo, al final me cargué la estigmatización porque el amor, a pesar de ser una categoría vuelta trivial, lacrimosa y melodramática es la expresión de la concordia que mantiene vivas a muchas familias humildes del mundo y el único que ha salvado a las naciones enteras del apocalipsis. Resulta tan peligroso el amor real que quienes trabajan a favor de la violencia encuentran en quienes lo predican y lo practican como blancos seguros y potenciales candidatos a perderse del mapa de la vida. Para ellos apestan los pacifistas. El caso de Bertha Cáceres, una líder indígena que fue asesinada cobardemente por el poder y muchos indígenas que anónimamente arriesgan su vida y hacen la lucha que debiéramos hacer todos. Pienso que al mundo le debe sobrar corazón para amar, porque eso es lo que se necesita para llegar a la mayoría de edad en la larga y azarosa evolución humana.

¿Cuánto tiempo tardaste en escribirla?

La novela tiene su propia lógica temporal, pero las limitaciones de publicación extienden la agonía porque como eternos buscadores mutilamos párrafos que creíamos acabados y borroneamos palabras y contextos que percibimos están de más. De mis tres novelas, No llames Corazón a lo que tienes es en la que más he invertido mi tiempo y puedo determinar un plazo de dos años para diseñar la estructura, pero hasta el día de hoy hay arrepentimientos y sentimientos de culpa sobre pequeñas supresiones que se debieron hacer e inclusiones que no se debieron soslayar. Quizás por eso seguimos escribiendo más y lo que escribiremos en lo sucesivo será la confesión con golpes de pecho de nuestros pecados capitales. Tal vez algún día logremos que una frase o alguna graciosa interjección pueda sumarse a la novela universal que escriben los escritores de todas las latitudes y de todas las épocas, como el ideal que pregonaba el admirable crítico estadounidense Edmund Wilson.

¿En qué ingrediente reside la fuerza de esta historia?

La fuerza de la novela reside en su falta de convencionalismos. Normalmente este género es reiterativo en un desplazamiento temporal lineal y con unos personajes que dirimen la cultura binaria que le da contenido a las conciencias enajenadas. Esta novela puede, por el título, pasar por una novela moral, pero su contenido no lo es en su forma exclusiva y a veces reta a esta como un producto mojigato de control social. Ahora, la virtud principal estriba en la cantidad de personajes que se desdoblan en diferentes épocas, despojados de ese maniqueísmo melodramático y meloso, trascendiendo la borrasca y las nebulosas que superponemos a las ascendencias. Los héroes son pecadores indomables y las heroínas podrían pasar como la misma peste de la inmoralidad más abyecta. Por otra parte, las verdades milenarias se enjuician y se estrujan en las manos de los eternos inconformistas por la condición y las limitaciones en que los postra el mundo en que desenvuelven sus existencias.

¿Cuál es tu personaje favorito y por qué?

Mis personajes favoritos gravitan una órbita de interés sui generis que me hacen elegir unas veces a Regina, por la inmensidad y la naturaleza infinita de su soledad, y otras veces a Tomás, por su entrega ciega y absoluta a una utopía política y a sus bizarras negativas de transigir. Ambos transitan por sórdidos senderos de marginalidad. Pesa sobre mí la culpa de si con mi novela reivindiqué sus atrevidas vidas y sus fulgurantes mundos o me quedé en deuda al margen de sus intencionalidades discursivas y de la exacta medida del encargo que pusieron bajo la responsabilidad de mis manos.

¿Cómo describirías tu estilo?

El estilo es un desafío para cada escritor. En realidad somos hijos de la tradición y esta ha producido grandes genios en la literatura y uno que abreva en sus aguas busca la forma más idónea para desmarcarse de ellos. Incluso practicamos abluciones diarias de lecturas desordenadas o precedidas de preceptivas literarias para después secarnos e impregnarnos de su frescura proverbial. De a poco vamos construyendo ese «Yo» literario que hemos quitado prestado, como cuando niños jugamos a ser iguales a Víctor Hugo, a Balzac, a Sthendal, pero es preciso en un momento determinado dar el salto y alcanzar la madurez como escritores y que nuestras letras huyan de sus construcciones sintácticas, de sus historias, de sus personajes y de todo lo que sea «ellos» para ser «nosotros mismos». No llames Corazón a lo que tienes representa un gran esfuerzo hacia nuevas formas estilísticas. Es, en cierta manera, una novela experimental. Ello se podrá apreciar palmariamente en la deconstrucción de la sintaxis habitual que se suscita en varios pasajes, sobre todo, en los diálogos de los personajes al calor del paroxismo psicodélico en que huyen de los artículos, de los verbos y los adverbios como recursos de construcción de sentido novelístico y con una marea altisonante de sustantivos que evocan realidades que trascienden sus propios límites contextuales y connotativos.

¿Quién o quiénes fueron los primeros en leer este libro? ¿Cuál fue la primera Impresión?

Mis pequeños hijos y mi esposa Blanca son los primeros que soportan mis bocetos y mis párrafos inacabados. No soy de mostrar mis escritos a nadie más por asuntos de pudicia y porque ya no me gusta embargar el tiempo de los demás. Sin embargo, si mis hijos me sugieren que algo no les gusta, entre murmuraciones defiendo mis bodrios y pronuncio un no rotundo a sus recomendaciones, pero al final suprimo, porque sé que hay gente a la que el sentido común les pesa más que sus propios cuerpos y, si no, recordemos a Napoleón, a Charles Chaplin, a Roberto Gómez Bolaños que le hizo feliz la infancia a Latinoamérica entera.

Si tuvieras que presentar este libro a nuestros lectores, ¿con qué palabras lo harías?

Un libro no es como cualquier artículo del mercado. No solo de pan vive el hombre y la novela No llames corazón a lo que tienes es como todas las novelas de este género de ficción, una clase de maná que da sustento al espíritu. Creo que todos los títulos de Editorial Adarve tienen esa virtud de poder captar el interés y colmar las aspiraciones de los lectores iniciados o avisados. Esta novela es una caída al vacío, una suerte de recorrido espiritual por la traumática ruta del siglo XX; si desean correr el riesgo conmigo sumérjanse en sus entresijos y en los vericuetos de su vasta geografía literaria demarcada por capítulos e historias que confluyen en su inesperado desenlace. No pido misericordia ni rentas por mendicidad. Sé que lo primario es el reino de la necesidad y cuando se logra esa independencia pueden tomar la decisión de la compra. Intuyo que, en un mercado del libro tan grande y extenso como el de España, lo más fácil es encontrar indiferencia entre tantos nombres consagrados, algunos con justicia, otros por los ripios antojadizos del mercado editorial, pero no pueden encontrar menos calidad en nuestros trabajos que nacen de una técnica que se precia de refinada y de una dedicación rigurosa y una cuidadosa responsabilidad literaria que acaba justo con la finalización de la obra. Su enjuiciamiento ya es un terreno a parte y posterior que trascenderá incluso el gran e irrisorio volumen de las ventas.

Los invito a mirar a través de estas páginas la vida desde la perspectiva de un latinoamericano, para que enriquezcan sus universos simbólicos, para que se enteren que el trauma que nos dejó la colonización y transculturación española ha ido sanándose poco a poco y el perdón se ha impuesto como una forma de crecimiento, solo nos resta una gran tarea: deconstruir la cultura de los dispositivos del poder colonial que como reminiscencia perviven en la ejecutorias de unos reyezuelos de cartón, que aún hoy le hacen la vida de tragedia a la gente humilde del continente.  




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