Entrevista a Fernando Martínez Gil, autor del libro El enamorado de la reina de Saba






Fernando Martínez Gil es historiador y un experimentado escritor; en 1979 recibió el Premio Nacional de Literatura Infantil con El río de los castores (Planeta), y en 1986 el Premio Lazarillo de Literatura Juvenil con El juego del Pirata (Edelvives); además de haber publicado diferentes obras cuya finalidad ha sido acercar la historia a los más pequeños. Hoy nos presenta El enamorado de la reina de Saba, una novela de ficción histórica que os encantará. Conoced más a través de la siguiente entrevista.




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Háblanos un poco de ti. ¿Por qué elegiste escribir en castellano?

Aunque empecé a escribir relatos y cuentos desde muy joven, principalmente en el ámbito de la literatura infantil y juvenil, me he ganado la vida como profesor de Historia Moderna en la Universidad de Castilla-La Mancha. Eso hizo que tuviera que compartir mi tiempo entre escribir, menos de lo que me hubiera gustado, y la investigación de temas históricos tales como las actitudes ante la muerte, la historia social y de las mentalidades, las fiestas populares o las Comunidades de Castilla. Tuve la fortuna de empezar fuerte obteniendo los Premios Nacional de Literatura Infantil y el Premio Lazarillo, aunque después las obligaciones académicas me obligasen a espaciar mis incursiones en la creación literaria y, con ello, las publicaciones. Entre ellas puedo citar El río de los castores, El juego del pirata, Paparruchas, Amarintia, La isla soñada, El verano de la linterna mágica, Historia de un libro y, la última publicada, Historia verdadera de la esclarecida ciudad. Con la novela El enamorado de la Reina de Saba, que ahora presento, he tenido el placer de jugar con el lenguaje tratando de recuperar las formas de expresión de nuestro Siglo de Oro y el espíritu de las crónicas de navegantes, conquistadores y evangelizadores, que constituyen, tras los cantares de gesta medievales, el núcleo principal y enormemente apasionante de nuestra épica literaria e histórica.

¿Qué podremos encontrar entre las páginas de El enamorado de la reina de Saba?

Como bien aclara el subtítulo de la novela, estamos ante «un relato de españoles en los Mares del Sur». Si la mitificación de estos mares es en buena parte deudora de las expediciones del capitán Cook o de los relatos de Robert Louis Stevenson, no es ocioso recordar que fue una expedición española, bajo el mando del portugués Magallanes –y que ahora conmemoramos en su V centenario–, la que descubrió el por él bautizado Océano Pacífico. Este viaje trascendental, sobre el que disponemos de la crónica de uno de los supervivientes, Antonio Pigafetta, abrió el océano más extenso de nuestro planeta a numerosas rutas, primero de descubrimiento, y más tarde comerciales y coloniales, que integraron sus islas y culturas en la economía mundo. Los viajes y colonizaciones llevados a cabo por holandeses, franceses y británicos son los más conocidos. Pero antes que ellos las naves españolas, después de hacer visible América, descubrieron esos insospechados nuevos mundos, se establecieron en las Filipinas e hicieron de los Mares del Sur, en los siglos XVI y XVII, una especie de «lago español». Mi novela narra algunas de las expediciones que se internaron por primera vez en los verdaderos mares del sur, bajo el ecuador, a comienzos del siglo XVII, protagonizados por Álvaro de Mendaña, su esposa Isabel Barreto, apellidada «Reina de Saba», y Pedro Fernández de Quirós. Pero no se trata de un libro de historia, sino de una novela en que se combina el relato histórico más fidedigno con lo que “podría haber pasado” en un tiempo en que el Imperio español era tan inmenso que hacía posible que cualquier marinero pudiera circunnavegar el globo sin pretenderlo: de América a las Filipinas, de Camboya al Japón, o pisar cualesquiera de las islas polinesias, como Tahití o las Hawai, que durante siglos quedaron muy cerca de las rutas del galeón de Manila.

¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?

Podría considerarse este relato como una novela histórica, y claro que lo es, pues ha necesitado una larga fase previa de documentación e investigación, y con ella he pretendido narrar un capítulo de nuestra historia no demasiado conocido y, sin embargo, apasionante. Pero ante todo he querido que El enamorado de la Reina de Saba fuera una novela de aventuras, y de aventuras marítimas, como las que me fascinaron en mi primera época de lector, o sea, en la adolescencia, y durante toda mi vida. He querido que fuera asimismo un libro de viajes, como aquéllos, que tanto me gustan, en que el protagonista no para de moverse de un sitio a otro, proporcionando al lector una fuerte sensación de que está realizando de verdad un periplo por países lejanos, exóticos y soñados por cuanto tal vez nunca tenga oportunidad de pisarlos materialmente. La novela, pues, es la historia de un viaje, lo cual puede considerarse también una metáfora de lo que es una vida, con sus anhelos y sus decepciones, y con el inevitable balance que de ella ha de hacerse cuando ya está próxima a desvanecerse, primero en el recuerdo lejano, y definitivamente en el olvido. Por último, me gustaría destacar el esfuerzo de recrear un lenguaje que puede parecer anticuado, pero en el que se escribieron las obras más bellas de nuestra literatura del Siglo de Oro. De la mayor o menor fortuna en este intento de camuflar el relato en la pluma de un personaje de la época juzgará el lector.

¿Cómo definirías tu estilo?

El estilo de la novela está conscientemente condicionado por el intento de recrear ese lenguaje de la época, con su rico y sugerente vocabulario, aunque, inevitablemente, haya tenido que hacer uso de algunas licencias. Aparte de esto, la cuestión del estilo es algo sobre lo que a un autor le es muy difícil tomar conciencia, al contrario de lo que es bien capaz un buen lector. Se es escritor cuando se consolida un estilo eficaz y reconocible. Personalmente, prefiero considerarme un «aprendiz de escritor» que busca incesantemente un estilo pero que no acaba de encontrarlo. Otra cosa es la atracción por los mismos temas en que uno se mueve constantemente porque le apasionan, aunque eso no sé si tendrá que ver con el estilo o no.

¿Cuál es el personaje favorito de tu libro? ¿Por qué?

Obviamente mis personajes favoritos son los dos narradores que se reparten la construcción del relato y a los que cabe creer a pies juntillas o, por el contrario, cuestionar sus puntos de vista teniendo en cuenta sus anhelos y expectativas. Por un lado, el joven religioso idealista que mitifica las Indias antes de conocerlas personalmente y que sueña con materializar en ellas los ideales franciscanos avivados por las ideas proféticas de Joaquín de Fiore o por los mitos y fábulas asociados al descubrimiento de nuevos mundos; por otro, el toledano que, por motivos de dudosa honra, tiene que recurrir a la emigración y a buscar su vida en los atrayentes cantos de sirena procedentes de las Américas y, después, en esos mares del sur supuestamente surcados por las naves del Rey Salomón y de la Reina de Saba. Con este personaje pretendo reflexionar sobre cuáles fueron las motivaciones que impulsaron a tantos españoles a dejar atrás todo lo que tenían para aventurarse en desesperadas aventuras que hoy sólo tienen parangón con los viajes espaciales. Algunos triunfaron en su empeño, pero la mayoría fracasaron, y la historia que cuento es la más habitual, es decir, la historia de un perdedor. O tal vez no tanto. Porque si damos crédito a lo que nos cuenta en un momento de su vida se sintió como un nuevo rey Salomón. ¿Pero su relato es verídico? ¿O está más bien fabricado por su deseo? Y en este dilema… ¿su apuesta por la vida y la aventura, con las motivaciones que las impulsaron, ha sido un fracaso o, pese a todo, ha sido fructífera y hasta plena? El joven religioso, fray Diego de Azaña, nos hace partícipes de sus expectativas cuando tiene la vida por delante; el protagonista, Hernando de Ávalos, da cuenta del balance de su vida, medio vivida, medio soñada. Pero no son los únicos narradores: también nos cuentan “sus” historias el adelantado Mendaña, el piloto Quirós, el marinero asalvajado Lucai, el flamante franciscano Beltrán de Ocampo, o la mismísima Isabel Barreto, dicha Reina de Saba. ¿Qué les ha movido a todos ellos? ¿Afán de riquezas? ¿El honor? ¿La fama? ¿Las ansias de evangelizar? ¿El gusto por la aventura? Formas todas de llenar una vida, de justificarla, de encontrar de algún modo la felicidad.

¿Qué quieres transmitir a través de este libro?

Me gustaría provocar, o estimular, el interés por un periodo de nuestra historia que, por poco conocido, o porque solamente ha sido utilizado para alimentar orgullos patrios, ha sido desaprovechado por nuestra literatura y por el mismo cine. El far west, tan explotado y dotado de tintes épicos, no es más que una historia pueblerina al lado de esta épica. Se trata de una epopeya que, sin embargo, protagonizaron seres humanos con sus grandezas y sus miserias, que rompió las cadenas de una historia local, como lo suele ser cualquier historia nacional, para acceder al rango de historia universal, en que un nacido en la península ibérica podía acceder a los lugares y a las culturas más remotas del planeta, llegando, en algunos casos, a formar parte de ellas. De estos viajes llevados al límite por la ambición o la desesperación se aprende mucho acerca de las reacciones del ser humano, de sus fantasías y de sus capacidades para el bien y para el mal. Y éste debe ser, creo yo, el objetivo de la Historia: no el de glorificar a una nación por encima de las otras, sino tratar de comprender al ser humano como especie y su comportamiento a lo largo del tiempo.

¿Cuáles son tus referentes literarios?

Un escritor, e incluso un lector, tienen muchos referentes literarios. En mi caso, tuvo un papel influyente Gustavo Adolfo Bécquer, en mi primera época, y luego fui descubriendo autores como Cervantes, Galdós, Chejov, Proust, Maupassant, y muchos otros. Pero, en relación a esta novela, debo rendir tributo a los autores de historias marítimas que me fascinaron en la adolescencia y a los que luego he frecuentado como si sus relatos me devolviesen a mi auténtico hogar. Son Robert Louis Stevenson, Joseph Conrad, Herman Melville o Jack London, los que impregnaron en un corazón mesetario como el mío la atracción irresistible del mar y de las islas soñadas.

¿Cuál fue el último libro que leíste? ¿Por qué lo elegiste?

En consonancia con lo dicho en la anterior pregunta, mi última lectura ha sido la de los cuentos completos de Joseph Conrad, autor del que ya había leído novelas como Nostromo, Lord Jim o La línea de sombra. También he leído y releído su relato cumbre, El corazón de las tinieblas, del que debo confesar que me influyó decisivamente a la hora de encontrar el tono que debía proporcionar a mi novela. No en vano la malograda expedición de Mendaña e Isabel Barreto fue un auténtico viaje a los infiernos, y luego la personalidad del protagonista se ve sojuzgada por el salvajismo de una remota isla polinesia en que se ve confinado para siempre, o tal vez por el lado oscuro que también forma parte de la naturaleza humana. “El horror”, que decía Joseph Conrad.

¿Por qué crees que nuestros lectores debiesen leer tu libro?

Cuando escribo no pienso en el mercado, las modas o el lector potencial al que debería satisfacer. Escribo para mí mismo, pero con la firme convicción de que haciéndolo así y no traicionándome, seré fiel a ese posible lector; y que si yo me apasiono por la historia que cuento, el que lea también se verá contagiado y disfrutará  y sentirá conmigo. Si fuese así, me sentiría recompensado. Al fin y al cabo, se escribe para comprobar que alguien puede sentir lo mismo que nosotros; o, lo que es lo mismo, para no sentirnos solos.

¿Y ahora qué, algún nuevo proyecto?
Publicar un libro, y aún más una novela, supone un esfuerzo y una tensión mental que deja exhausto. Al menos es así para los que no tenemos un prestigio que nos haga fácil comunicar directamente con el lector. Escribir es un placer; sacar adelante lo escrito y verlo convertido en un libro es una larga y sinuosa carrera que deja heridas, si no frustraciones, hasta que se consigue pasar la página definitiva. Cuando lo consiga, seguramente mi mente se verá liberada y podrá concentrarse en un nuevo proyecto. ¡Quién sabe! Porque podría ser que… Pero eso… ¡ya será otra historia!





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