Entrevista a Javier Gálvez Guasp, autor del libro Revolución cosmopolita

 

Javier Gálvez Guasp

Javier Gálvez Guasp es un escritor madrileño, abogado y lingüista. Ha residido en España, Estados Unidos y El Salvador. En 2004 publica la novela Cien lunas de maíz. Con Revolución cosmopolita nos presenta una reflexión en torno al cambio de paradigma que supone la irrupción de una nueva conciencia cosmopolita en el mundo contemporáneo. Os invitamos a conocer más a través de esta entrevista.


Revolución cosmopolita

ISBN: 978-84-19899-00-2

Número de páginas: 524


Formato: 150 x 230


Colección: Ensayo 2000


Autor: Javier Gálvez Guasp


Sinopsis: Este ensayo presenta una reflexión en torno al cambio de paradigma que supone la irrupción de una nueva conciencia cosmopolita en el mundo contemporáneo. A lo largo de los últimos doscientos años, tanto el pensamiento político como la visión del hombre común han estado dominados por la creencia en la existencia real de esos entes abstractos y míticos que serían las naciones. Pero… ¿qué es una nación?, ¿están definidas las naciones por la raza, el lenguaje, las supuestas fronteras naturales, la historia o la voluntad de participar en un proyecto común? Basta una simple ojeada a la historia reciente para constatar el rastro de conflictos, enfrentamientos armados, odios étnicos, destrucción, irracionalidad, extremismo y violencia que suelen acompañar al dogma nacionalista. La obra analiza la relación entre las formas políticas —sobre todo la idea de nación— y la infraestructura económico-tecnológica que subyace a las mismas, así como el surgimiento de una nueva actitud cultural y epistemológica: el nuevo cosmopolitismo, basado en el principio universal de igual valor y dignidad individual, más allá del tradicional paradigma del estado-nación.




Háblanos un poco de ti.

Soy licenciado en Lingüística y Derecho. He trabajado algunos años como abogado en Madrid y también en colaboración con organizaciones de defensa de los derechos humanos en el ámbito de América Latina. Antes de eso, residí en Estados Unidos y en El Salvador, donde tuve la oportunidad de convivir con los desplazados de la guerra civil salvadoreña en la región de Chalatenango. Fruto de esta experiencia fue mi primera obra publicada, Cien lunas de maíz, novela coral que refleja la vida de cientos de personas atrapadas por la guerra. Desde allí, viajé por numerosos países de América, como Guatemala, Bolivia, Perú, Paraguay o Argentina; también Europa y otros lugares. Comprobé que, por encima de las divisiones nacionales, étnicas, religiosas o lingüísticas, las mujeres y los hombres formamos una sola “patria” o, si se quiere, una sola “nación” y que tenemos, aproximadamente, los mismos anhelos, aspiraciones, miedos, frustraciones e incertidumbres. Que es mucho más lo que nos une que los que nos separa. Al mismo tiempo, comprendí que el nacionalismo, el identitarismo, lo que separa, lo que distingue entre nosotros y ellos, lo que nos lleva al odio a “lo diferente”, es lo más parecido a una enfermedad social, algo basado en el engaño y la manipulación. Me considero ciudadano del mundo con todas sus consecuencias. Cosmopolita convencido. Hace tiempo concebí el proyecto de intentar elaborar una visión cosmopolita del mundo con una mínima dosis de coherencia, lo que yo llamo “cosmopolitismo real” y dar voz a quienes (pocos o muchos) pensamos de forma similar. Luego empecé a colaborar de forma más o menos flexible con organizaciones como Democracy without Borders o el World Federalist Movement-Institute for global policy. Fruto de todo lo anterior, de extensas investigaciones y lecturas, pero también de experiencias, viajes y conocimiento de personas extraordinariamente enriquecedoras -tanto en lo humano como en lo intelectual- surgió Revolución cosmopolita. Escribí el primer borrador de Revolución cosmopolita en el período del confinamiento por la Pandemia del Covid-19 en Madrid, cuando las consecuencias del “nacionalismo sanitario” se cebaban con los ciudadanos más desfavorecidos del mundo, en un período particularmente difícil para mí, debido al fallecimiento de mis padres en una residencia de la 3ª edad, la incertidumbre sobre el futuro y otras muchas cosas. Luego llegaron la invasión de Ucrania y el ascenso de los populismos en Europa y América. Acabé Revolución cosmopolita trabajando por las noches y los fines de semana, debido a mis obligaciones laborales, convencido de que algunas personas –aunque no fueran muchas- se verían reconocidas en la visión del mundo que trato de exponer en el libro.    

 

¿Qué podremos encontrar entre las páginas Revolución cosmopolita?

Revolución cosmopolita no es un libro académico ni erudito –a pesar de la densidad, pido perdón por ello, de algunas de sus páginas y apartados- tampoco un manifiesto político, ni menos aun un tratado de pensamiento político. Se trata de un ensayo literario, con toda la libertad que conlleva dicho género –pues no es otra cosa- en el que me permito una saludable dosis de utopía. Pero no espere el lector tampoco un libro ligero. Se trata de analizar la contraposición entre nacionalismo y cosmopolitismo desde los más variados puntos de vista, así como de “deconstruir”, en un sentido derridiano (me refiero al filósofo francés Jacques Derrida), el concepto de nación, y también de mostrar la inconsistencia del mismo, a pesar de tratarse de uno de los conceptos fundacionales de lo que yo llamo el “orden nacionalista”, es decir, de la división de la humanidad en casi doscientos Estados-nación. En las páginas de Revolución cosmopolita el lector encontrará un análisis de las distintas formas políticas que han precedido a la “nación”, así como una justificación de que todas ellas no serían sino la expresión de otras fuerzas internas, tanto económicas como culturales, cuya desaparición o cuya modificación determina la caducidad de la correspondiente forma política, que a la larga acaba siendo sustituida por otra más “progresiva”. Intento aplicar dicho análisis al Estado-nación, tal y como lo conocemos a principios del siglo XXI. A su vez, trato de entroncar lo anterior con lo que autores como Martha Nussbaum han denominado la “tradición cosmopolita”, es decir, con la corriente de pensamiento que se remonta a la Antigüedad griega y latina, atraviesa el Renacimiento y la Ilustración y aflora en el internacionalismo de nuestros días. En la tercera parte de Revolución cosmopolita, después de abogar por la construcción, dentro de los estudios culturales, de una rama de los mismos dedicada al cosmopolitismo, trato de relacionar la dialéctica entre nacionalismo y cosmopolitismo con otros variados ámbitos, como la emigración a gran escala, el arte contemporáneo, el derecho, los distintos credos religiosos, la lingüística, las minorías sociales o la teoría matemática de las catástrofes. En esta parte, pretendo también de divulgar la obra de autores relativamente poco conocidos, al menos dentro del ámbito hispano-hablante, que se han ocupado de dichos temas, como Ernest Gellner, Elie Kedourie, Pascal Bruckner o el filósofo anglo-ghanés Kwame Anthony Appiah. En la parte utópica -o prospectiva- del libro, que en realidad se encuentra diseminada a lo largo de distintos capítulos, analizo conceptos como el “despertar cosmopolita”, el colapso del orden nacionalista o la sociedad cosmopolita del futuro, lo que en definitiva no deja de ser una hipótesis, esbozando de forma aproximativa cuál sería el concepto de sociedad, el concepto de derecho y el concepto de ciudadanía que resultara del “cosmopolitismo real” o bien del cosmopolitismo “tomado en serio” que es lo que realmente trato de abordar en el libro.   

 

¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?

Creo que la fuerza de Revolución cosmopolita estriba precisamente en lo anterior, es decir, en que pretendo “tomar en serio” los principios e ideales del cosmopolitismo a la hora de abordar, al menos, una pequeña parte de los problemas globales de nuestro tiempo. No se trata de encomiar las relaciones internacionales, de predicar “el entendimiento pacífico entre las naciones”, que al final no viene a ser sino papel mojado, cuando por debajo late una acendrada ideología nacionalista; tampoco de propugnar la curiosidad y el interés hacia otras culturas y formas de vida, o una cierta dosis de apertura mental hacia lo que nos parece diferente. Se trata de intentar llegar hasta el final de la idea, como diría Céline, de superar el nacionalismo, de mostrar –o intentar mostrar- el carácter artificial y contingente de su pivote fundamental, como sería la idea de nación, un instrumento inicialmente concebido para legitimar un determinado tipo de poder. Pero también la fuerza del libro podría ser su debilidad pues, al reclamar un cierto tipo de “patriotismo cosmopolita” o de convicción en la unidad fundamental de la especie humana, intento apelar, como antaño hiciera el nacionalismo, no solo a argumentos de tipo lógico y racional, sino también a elementos de tipo sentimental, incluso irracional, de ahí la importancia que se confiere en Revolución cosmopolita a la literatura y el arte, a lo que denomino “alienación nacionalista”, a la lingüística o a mi peculiar interpretación de las religiones, singularmente el Cristianismo, el Islam y el Budismo, en tanto que credos esencialmente universalistas. En definitiva, creo que la fuerza del libro residiría en la libertad de pensamiento que trato de reflejar en sus páginas, en el hecho de intentar construir, aunque sea en sus estadios más rudimentarios, una visión alternativa del mundo, coherente con la idea de que gran parte de los elementos que conforman lo que llamamos naciones han dejado de resultar útiles a la humanidad en su conjunto y de que los “valores nacionalistas” deben ser sustituidos por nuevos valores de naturaleza cosmopolita y universalista. Que nos va en ello algo tan importante como la supervivencia en tanto que especie sobre la Tierra.

 

¿Qué quieres transmitir a través de este libro?

Lo que fundamentalmente quiero transmitir a través de Revolución cosmopolita, aparte de las ideas anteriores, es la validez actual del pensamiento cosmopolita, una de las tradiciones intelectuales más antiguas y abiertas del mundo, una perspectiva sobre las relaciones políticas y sociales no solo realista, sino también altruista, basada en la generosidad y la tolerancia, antes que en el egoísmo, el identitarismo, la intransigencia o el nativismo. Deseo transmitir que la dialéctica entre nacionalismo y cosmopolitismo sería el “tema de nuestro tiempo” en palabras del filósofo Ortega y Gasset. Que dicha dialéctica no solo tiene lugar en el ámbito de la política, sino que repercute en numerosos otros campos de conocimiento, como el arte contemporáneo, la religión, el derecho, la lingüística, la literatura y otra serie de ellos que por razones de espacio no he podido abordar en el libro. Que no se trata de una moda pasajera, de simple “globalismo” económico, sino de una visión coherente que cuenta con su propia tradición ética y filosófica y que impregna la mayor parte de los credos de las principales religiones de la humanidad. Que la tradición cosmopolita no supone ningún tipo de “nivelación cultural” ni de eliminación de las peculiaridades inherentes a los distintos grupos humanos, más bien todo lo contrario. Que problemas como la forma de abordar el cambio climático, el terrorismo internacional, la proliferación nuclear, la pobreza y el hambre, las grandes crisis sanitarias, el cibercrimen, las guerras y otros muchos, no pueden ser resueltos con instrumentos caducos, como serían los Estados-nacionales actualmente existentes, sino mediante la creación de estructuras internacionales capaces de emanar normas de obligado cumplimiento por parte de todos los ciudadanos del mundo, especialmente mediante la creación de un Parlamento mundial. Y también que, a nivel individual, no tenemos que esperar a que se produzcan todos estos importantes cambios institucionales, que podemos convertirnos a nosotros mismos en genuinos ciudadanos del mundo, lo cual no dejaría de enriquecernos como personas, de ampliar nuestros horizontes, de “des-etiquetarnos” y de convertirnos en pioneros de la sociedad cosmopolita que tarde o temprano, al menos en mi opinión, acabará sustituyendo al orden nacionalista. Que esta sociedad cosmopolita, a partir de la última revolución tecnológica, ya está aquí con nosotros.   

 

¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta esta última?

Mi trayectoria como escritor se reduce a la publicación de la novela Cien lunas de maíz así como a otra obra de ficción, Tebas, que próximamente se publicará en esta misma editorial. Cien lunas de maíz es una novela coral que refleja la vida de cientos de campesinos que tuvieron que abandonar sus hogares como consecuencia de la guerra civil en El Salvador, para internarse en la selva de Chalatenango y sobrevivir allí, sin apenas recursos, durante años. En realidad se trataría de una obra de semi ficción, pues está basada en las entrevistas que mantuve con los supervivientes del aquel éxodo singular, así como en las historias orales que pude recopilar entonces. Tebas sí es pura ficción, y en ella trato de reflejar, a partir de unos datos biográficos mínimos, la vida de la pareja de filósofos vagabundos formada por Crates de Tebas e Hiparquía de Maronea, precursores de la corriente de vida cínica y también de ideas tan sorprendentemente contemporáneas como el ecologismo, el feminismo o la no discriminación por motivos de etnia, origen o lugar de procedencia. La revalorización de la vida sencilla y el retorno a la naturaleza es el hilo que conectaría Tebas con Cien lunas de maíz, dos novelas que tienen mucho en común, a pesar de que la primera esté ambientada en la época de Alejandro Magno y la segunda en la Centroamérica de finales del siglo XX. Esto no quiere decir que no haya escrito otras cosas, pero las dificultades del mercado editorial, así como la necesidad de compatibilizar la creación literaria con un trabajo remunerado han supuesto un obstáculo a la hora de escribir más libros.       

 

¿Cuál fue el último libro que leíste? ¿Por qué lo elegiste?

Desde hace un par de años –aproximadamente el mismo tiempo que me llevó escribir Revolución cosmopolita- he descubierto el tesoro de la literatura africana, que en mi opinión va a constituir el “boom” del siglo XXI. Me fascinaron obras como Things fall apart (Todo de desmorona) de Chinua Achebe, Purple Hibiscus de Chimamanda Ngozie Adichie o The perfect nine de Ngugi wa Thiong´o. Aparte estaría todo Wole Soyinka y la riqueza poética de la literatura subsahariana en francés, desde Senghor hasta Alain Mabanckou. Si dispongo de tiempo, en el futuro me gustaría escribir algún pequeño libro introductorio de literatura africana para lectores hispano-hablantes.

El último libro que leí se entronca con esta tradición, A history of burning, de Janika Oza, escritora de origen indio pero cuya familia residió en Kenia y Uganda durante muchos años, hasta ser expulsados tras la llegada al poder del dictador Idi Amin y trasladarse a Canadá. Una amiga de Toronto, donde estuve el verano pasado, me lo recomendó, pero el libro es muy reciente, de mayo de 2023.  

 

Y ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?

Actualmente estoy trabajando en un libro complementario de Revolución cosmopolita, pero más centrado en las ideas de los autores que yo considero precursores de la corriente cosmopolita. Algunos son de sobra conocidos como Kant o Erasmo de Róterdam. Otros son artistas, escritores, pedagogos o científicos, cuya vertiente cosmopolita no ha sido aun suficientemente estudiada. Entre ellos estarían Dante, Cervantes, Goethe o William Penn, el fundador del estado de Pennsylvania. Y otros poco o nada conocidos en el ámbito hispano-hablante como Komensky o Anacharsis Cloots, autor de un libro denominado La República universal, que le costó ser guillotinado durante la Revolución francesa. Pero también Albert Einstein y los federalistas de la segunda mitad del siglo XX. Un panorama riquísimo, fascinante, que se extiende desde la música (Barenboim) a las artes escénicas (Peter Brook) y a la crítica literaria (George Steiner); y también a la creación de las instituciones europeas o las Naciones Unidas.

También tengo pendiente convertir en un libro el trabajo de fin de carrera que realicé cuando estudiaba Lingüística, que está centrado en la literatura de la Revolución mexicana y la construcción de la idea de nación, en México, a través de la literatura de ese período histórico, con autores como Mariano Azuela, Martín Luis Guzmán o José Vasconcelos. México me parece un lugar fascinante, que conozco casi exclusivamente a través de su rica e increíble literatura. Si en el futuro tengo la suerte de disponer de un año sabático, iré a México para terminar ese libro.

No voy a extenderme más, pero tengo también otros proyectos relacionados con la literatura de ficción. Espero disponer del tiempo y la tranquilidad suficientes como para poder dedicarme a ellos próximamente.

 

Comentarios